Desde los albores de la humanidad, la necesidad de ocultar información ha sido una constante, nacida de la importancia de proteger conocimientos clave. En las antiguas civilizaciones de Mesopotamia y Egipto, por ejemplo, ya se empleaban técnicas rudimentarias de codificación. En tablillas de arcilla y papiros, algunos escribas sustituían símbolos o utilizaban variantes poco comunes con el fin de confundir el significado de los textos. Aunque estas prácticas no se asemejan a los sistemas avanzados de encriptación que conocemos hoy, representan los primeros intentos de salvaguardar información.
En la antigüedad, quienes más recurrían a estos métodos eran mercaderes, sacerdotes y gobernantes. Los mercaderes ocultaban fórmulas de comercio o rutas valiosas, los sacerdotes protegían rituales y conocimientos religiosos, y los gobernantes cifraban planes militares y decisiones políticas. Estas prácticas, aunque rudimentarias, evidencian una comprensión temprana de la importancia del secreto en contextos estratégicos y religiosos. Con el tiempo, estas técnicas evolucionaron hasta convertirse en la base de la criptografía, disciplina esencial para la protección de la información en todas las épocas
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